Como tantas veces había hecho de niño para conjurar el miedo a la oscuridad, por un instante, se cubrió la cabeza con la sábana. El llanto de la niña lo transportó a aquellas noches en que el mundo seguro se reducía a ese espacio mínimo entre el colchón y la sábana, hasta que el amanecer empujaba a los monstruos de vuelta al abismo. Entonces, lo único que le devolvía la calma era la voz de su madre y su mano tibia revolviéndole el pelo.
Buscó a tientas las zapatillas y fue en busca de la pequeña para intentar derrotar, juntos y abrazados, al monstruo de la ausencia.
(pincha para ampliar)
Ilustración de Marga Alonso de la Torre
Se necesitan muchos abrazos para desterrar a monstruos así...
ResponderEliminarSí, pero el abrazo de una madre tiene mucho poder, seguro que lo consiguen. Gracias por tus comentarios.
EliminarMuy bonito aunque doloroso.
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