Desde muy niña disfrutaba provocando ligeras variaciones en la trayectoria de la tierra, que ralentizaban el transcurso de las horas y aceleraran la caída de las estrellas sobre las copas de los álamos, coronándolas de un polvo fino y brillante. Los vecinos disfrutaban de aquellas estampas casi navideñas en pleno estío y agradecían las horas extra de sueño. Pero desde que el gobernador reguló, por el bien del pueblo, todas sus intervenciones, estableciendo pases para turistas, apenas conseguía ya algún que otro remolino de viento.
(imagen tomada de la red)
Es que eso de querer controlarlo todo es contraproducente. Me gusta mucho, Nieves. Un beso.
ResponderEliminarGracia Luisa, Estoy intentando arrancar otra vez, pero me está costando mucho.
EliminarUn beso fuerte.
Me ha gustado mucho. Ánimo y a seguir. Un abrazo :)
ResponderEliminarMuchas gracias, Juan Antonio,
EliminarIntentaré seguir en la brecha.
Un abrazo
Bonito relato Nieves. Me gusta el contraste entre la dificultad de buscar imposibles y la obstinada manía de regular hasta lo que se podría escapar de nuestras manos.
ResponderEliminarSaludos.
Gracias por la visita y por el comentario, Alfonso.
EliminarUn abrazo